Jesús no cuenta la parábola para criticar a los
sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de “algunos que,
teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los
demás”. Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de
nuestros días. La oración del fariseo nos revela su actitud interior: “¡Oh Dios! Te doy
gracias porque no soy como los demás”. ¿Que clase de oración es esta de
creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede
vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y,
precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no
son como él. El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: “¡Oh
Dios! Ten compasión de este pecador”. Este hombre reconoce humildemente su
pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios.
No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y
ante Dios. Por eso, hemos de leer la parábola cada
uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos
mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no
practicantes? En definitiva. ¿Quién soy para juzgar?
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