El Cordero de Dios
El pasaje evangélico se encuadra entre el prólogo de san Juan, escuchado varias veces durante la Navidad, y el primero de los signos-milagros de Jesús narrados por este evangelista. Nos encontramos frente a un texto con la función de ser un puente entre el anuncio de la realidad de que el Verbo se ha hecho carne (texto que volvemos a escuchar en el versículo del Aleluya) y el comienzo de la misión pública del Señor.
Suele ser habitual representar a Juan Bautista precisamente como aquí aparece: señalando a Jesús como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Para comprender el significado de Jesucristo como cordero tenemos que acudir al elemento sacrificial por excelencia para los judíos. La primera escena bíblica relevante del cordero la encontramos en los orígenes, cuando Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo, inmola en su lugar un carnero, anticipo del único sacrificio realmente válido en Jesucristo. Pero será el cordero pascual, asociado a la liberación del pueblo israelita de Egipto, el que con mayor fuerza se vincule con Jesucristo, definitivo salvador del pecado y de la muerte. Con todo, no sería completa la comprensión de Cristo como cordero sin aludir al concepto de siervo, presente en la primera lectura de este domingo. Aunque el profeta Isaías designa como siervo a Israel, esta idea será aplicada a Jesucristo.
Este es el sentido de las expresiones «por medio de ti me glorificaré» o «te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». Estamos ante un conjunto de locuciones que retoman las fiestas que hemos estado celebrando hace pocos días: la manifestación de la gloria de Dios, tanto al pueblo elegido como a todas las naciones, a todos «los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo», como recuerda san Pablo, defensor acérrimo de la propagación de la fe a todos los pueblos.
(Daniel A. Escobar Portillo) Alfa y Omega
Frase evangélica: Lo he visto y he dado testimonio»
1.
Testigo cristiano es el creyente que a través de su vida, obras y
palabras señala la presencia salvífica y liberadora del Señor en medio
de la vida, al servicio del pueblo de Dios. Cuando el testigo rubrica su
testimonio con la entrega de la vida, decimos que es un mártir. Testigo
por antonomasia de Dios es Jesús de Nazaret: testigo veraz, con palabra
portadora de verdad; testigo fiel ante los que lo juzgaron y
condenaron; y testigo consciente que no se echó atrás.
2.
Juan Bautista es un excepcional testigo. En primer lugar, dice que
Jesús es el Hijo de Dios, y proclama su testimonio públicamente para que
el pueblo crea y se convierta, a la vez que arriesga su vida. Jesús es
para Juan el «Cordero de Dios» de la Pascua y del Éxodo, que quita el
pecado opresor de una humanidad creada por Dios, pero necesitada de
salvación. En segundo lugar, afirma Juan haber visto cómo el Espíritu
Santo «bajaba del cielo» y «se posó sobre él»: Jesús es el Mesías, el
Elegido de Dios. Finalmente, dice resueltamente que «no le conocía». Se
entiende que se deja llevar por un itinerario del no conocimiento al
reconocimiento.
3. TESTIMONIO /COMPROMISO: El testimonio cristiano ha sido realzado por el Vaticano II: se trata de un testimonio de vida en un mundo de muerte; de un testimonio de justicia en una sociedad de oprobios; de un testimonio de verdad en unos espacios de mentiras; de un testimonio de fe en unos ámbitos de increencias. La Iglesia y los cristianos «deben dar testimonio de aquella esperanza que está en ellos» (Gravissimum educationis 2), puesto que la totalidad de la vida cristiana es un compromiso de testimonio.
(Casiano Floristán)
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