Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo. (CIC nº 50)
Esquema de la unidad en Coogle
El designio divino de la
revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras",
íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una "pedagogía divina" particular: Dios se
comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la
Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la
Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo. (CIC nº 53)
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