San Agustín decía que los seres queridos difuntos están invisibles pero no ausentes. La experiencia de la presencia de las personas difuntas en nuestra vida es una realidad, aunque escondida, muy real. De algún modo intuimos que están muy cerca de nosotros. Es normal que tratemos a nuestros difuntos con cuidado y respeto. Recogemos sus cuerpos y con cariño los acompañamos hasta enterrar a nuestros seres queridos.
Enterrar a los muertos es un acto de fe en la resurrección. Sabías que cementerios significa dormitorio. Recuerda aquellas palabras de Jesús cuando le dicen que una niña está muerta y el replica: no, no está muerta sino que duerme.
Para un cristiano, la muerte es un sueño del que despertamos el día de la Resurrección final. Es fácil entender la resurrección mirando algunas imágenes de ella en la naturaleza: como el resurgir de la semilla que si muere da mucho fruto… O cuando al ver salir del sol tras la oscura noche se nos recuerda que la vida sigue… O cuando al ver salir al niño salir -con dolor- del vientre materno a la luz de la vida del mundo, se nos evoca ese otro renacer al salir –tras la muerte- del vientre de este mundo a la luz de la vida eterna…
Enterrar a los muertos es, también, una de las 7 obras de misericordia corporal. Las otras seis son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar albergue al forastero, cuidar a los enfermos y visitar a los presos. Como ves, todas ellas son modos muy concretos de vivir la caridad.
La costumbre es antigua. En el libro de los Macabeos se cuenta como al término una sangrienta batalla, Judas Macabeo mandó recoger los cuerpos de los judíos muertos en la lucha, porque creía en la futura resurrección de los muertos. Era obligado darles digna sepultura. Pero la decepción fue grande cuando comprobó que algunos de esos hombres escondían entre sus ropas pequeños amuletos paganos. La sola idea de que hubieran podido morir sin la fe debida al Señor le estremeció. Mandó entonces a algunos de sus hombres de confianza que recogieran todo el dinero que pudieran de entre la tropa para reparar el posible pecado de los muertos. Era menester ofrecer sacrificios para rogar por su salvación. Compró los terneros y corderos suficientes para sacrificarlos a Dios, a fin de hacer aceptable las almas de los caídos en combate. ¡
Por eso, es costumbre hacer funerales y reservar días –como el de todos los santos- para orar por los difuntos. En la Misa nos encontramos todos: la Iglesia del cielo y la Iglesia de la tierra; los vivos y los difuntos.
No te olvides nunca de orar por tus difuntos.
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