Las apariencias engañan. Javier Pérez Alonso, un vagabudo no dudó en hacer masajes cardiacos hasta que llegó la uvi móvil a una menor cuya madre pedía ayuda a voces en plena calle. Lo mejor del ser humano salió a flote en una emergencia médica ocurrida en Avilés. Javier Pérez Alonso, un extoxicómano actualmente sin techo natura de Oviedo que había venido de visita a Avilés con un amigo, se encontró con una madre desesperada que llevaba a su hija en los brazos y pedía ayuda.
Javier Pérez, que en tiempos se formó como Ayundante Técnico Sanitario, tiró los bártulos que portaba al suelo y no dudó ni un segundo en auxiliar a la mujer; primero valoró la situación y comprobó que no había pulso, por lo que inició una serie de maniobras de reanimación cardiaca (RCP en el argot médico).
Al poco llegó al lugar un vecino de la calle, también sanitario, que al ver el cuadro volvió a casa para regresar con un fonendoscopio y un tubo de Guedel, una cánula que se introduce en la boca de los heridos para garantizar el paso de aire a los pulmones. Entre los dos mantuvieron artificialmente la circulación sanguínea y la respiración de la niña hasta que al cuarto de hora, aproximadamente, llegó al lugar la uvi móvil.
El diagnóstico de los sanitarios desplazados al lugar confirmó la gravedad de la situación vivida: paro cardiaco.
Como si no quisiera molestar, el héroe de la jornada, Javier Pérez Alonso, se hizo a un lado cuando llegó la ambulancia, volvió a cargar a la espalda la guitarra con la que viaja, recogió del suelo su mochila y se hizo invisible por las callejuelas de Sabugo sin siquiera despedirse. No obstante, según confesó luego, "estaba jodido" por la experiencia vivida y acabó por desandar los pasos y volver al lugar para preguntar a los médicos de la uvi qué esperanzas de vida le daban a la niña. Ni se siente un héroe ni pretende pasar por tal, tan sólo dice a modo de justificación de su acción que hizo "lo que haría cualquier persona". Por cierto que cuando estaba practicando la RCP a la niña más de un viandante le miró con recelo por las pintas de vagabundo que le delatan. "Estoy acostumbrado; si la vida es jodida para la gente normal, imagínate para alguien como yo", justifica. Ayer, este ángel de la guarda de las calles asturianas se ganó el sueldo y dio a todos una lección inolvidable, como en el Buen Samaritano de la parábola.
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