Todos los años, el día 1 de enero, octava de Navidad y solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y desde 1968, por deseo de Pablo VI, día Internacional para pedir por la paz, todos los años en la misa, como primera lectura leemos el mismo texto bíblico, que es la Bendición que Moisés, por mandato del Señor, prescribió a los hijos de Aarón para bendecir al pueblo.
Es la bendición más solemne que tiene el Antiguo Testamento. Y como en cierta ocasión san Francisco la escribió en un pequeño pergamino para dársela al Hermano león, que era su confesor, a veces la llamamos nosotros la Bendición de San Francisco.
“El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:
El SEÑOR te bendiga y te proteja;
el SEÑOR ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor;
el SEÑOR te muestre su rostro y te conceda la paz.
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré” (Núm 6,22-27).
Se trata de un poema litúrgico que es una fórmula de bendición. La triple invocación del nombre del Señor hace eficaz la bendición de los sacerdotes aaronitas. En realidad es Dios el que bendice a través de sus mediadores. Toda bendición humana continúa la bendición de Dios a los seres creados y a los patriarcas. Pronunciada, siempre produce su efecto sin poderse revocar (como en el caso de la bendición de Isaac a Jacob; algo difícil de entender a todo hombre occidental. La bendición en el A.T. guarda similitud con la bendición gitana). Esta fórmula de bendición es muy citada en el A.T. y en la literartura del Qumran, signo evidente de su importancia en la piedad judía. Se implora la bendición divina para que:
1) Conceda abundantes cosechas, ganados, éxitos en las empresas...
2) "Ilumine su rostro sobre tí" que indica mostrar su favor, conceder el bien y la vida.
3) Te conceda la paz. La paz en hebreo es un término muy rico sin traducción posible en nuestras lenguas. Indica la idea de perfección o de totalidad: bienestar, prosperidad material y espiritual tanto individual como colectivamente...
La paz no se opone a la guerra solamente, sino a todo lo que puede perjudicar el bienestar humano y las buenas relaciones de los hombres entre sí y con Dios. Muchos Padres de la Iglesia han visto en este texto el anuncio de la auténtica bendición: la venidad de Jesús, nuestra paz. En estos días contemplamos el nacimiento de este Príncipe que nos trae una paz basada en la justicia, el amor a Dios y a los hermanos. Millones de seres humanos pasan hambre, aumenta el paro, la falta de recursos. La paz es una tarea: es consecuencia del bien común, respeto y dignidad personal, cultura solidaria, bienes compartidos... La Paz vendrá cuando haya más solidaridad.
Fuente: A.Gil Modrego. Dabar, 1986. nº7
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