No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen". Y sin embargo, es la palabra que más necesitamos escuchar todos en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.
Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de fuerza, odio y violencia. Al mal se le vence sólo con el bien. Como decía M.Luther King: "el último defecto de la violencia es que describe una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta". Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Hay que combatir el mal sin buscar la destrucción del adversario.
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