Un acercamiento a la historia de la Iglesia con sus luces y sus sombras junto con las matizaciones y aclaraciones necesarias. Sirva como aportación para conocer mejor a nuestra Iglesia católica y amarla como se ama a una madre, con todos sus defectos y virtudes, y saber defenderla. La Iglesia, ha dicho alguien, es sancta et meretrix, santa y pecadora. Está compuesta de personas humanas con sus deficiencias, pero, a pesar de las sombras del pasado, su luz sigue brillando y sigue iluminando las sendas del mundo. La Iglesia católica es la Iglesia fundada por Cristo, y Él prometió que nunca será destruida por las fuerzas del mal (Mt 16, 18).
Ha pasado muchos momentos difíciles, en los que parecía que iba a sucumbir ante el crecimiento de las herejías o ante el poder de los reyes o ante la creciente incredulidad de los fieles. Pero siempre ha salido a flote y siempre estará presente en el mundo para guiarlo por el camino de la paz y de la verdad.
La Iglesia, con sus luces y sombras, con sus santos y pecadores, es la Iglesia de Cristo. Tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las tinieblas.
Podemos analizar algunos temas polémicos, podemos decir que la Iglesia, como institución humana, a la que pertenecen 1.272 millones de personas, tiene y ha tenido en el pasado sus luces y sus sombras. No todo se puede justificar. No todo es santo en su historia de dos mil años. La Iglesia ha pedido perdón por ello. La Iglesia con todos sus errores y excesos del pasado, es una luz en la oscuridad y sigue siendo, con los miles de santos, mártires, misioneros, educadores..., una institución honorable y digna de respeto del mundo, que promueve la paz entre las naciones, el amor entre los pueblos y difunde a todos los hombres la luz de la verdad, que Jesucristo vino a traer a la tierra.
San Juan Pablo II, con motivo del Gran Jubileo del 2000, ya había exhortado a los cristianos a hacer penitencia por las infidelidades del pasado. Y recordó la necesidad de "una humilde sinceridad para no negar los pecados del pasado, y todavía no ceder a fáciles acusasiones en ausencia de pruebas reales o ignorando las diferentes pre-compresnsiones de entonces. Pidiendo perdón por el mal cometido en el pasado, debemos también recordar el bien que fue realizado con la ayuda de la gracia divina, portadora de frutos casi siempre excelentes".
San Juan Pablo II, con motivo del Gran Jubileo del 2000, ya había exhortado a los cristianos a hacer penitencia por las infidelidades del pasado. Y recordó la necesidad de "una humilde sinceridad para no negar los pecados del pasado, y todavía no ceder a fáciles acusasiones en ausencia de pruebas reales o ignorando las diferentes pre-compresnsiones de entonces. Pidiendo perdón por el mal cometido en el pasado, debemos también recordar el bien que fue realizado con la ayuda de la gracia divina, portadora de frutos casi siempre excelentes".
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