«Jesús fue tentado por el diablo» (Mt 4,1-11) (Comentario bíblico de Casiano Floristán)
1. De sobra sabemos todos qué es la tentación: una incitación al pecado, es decir, a la ruptura con Dios, al divorcio de los hermanos y al repliegue egoísta sobre uno mismo. A menudo caemos en la tentación por la concupiscencia, que viene de dentro, y por la fuerza del poder del mal, que procede de fuera. En realidad, todo puede convertirse en tentación y todo puede resolverse en gracia. La tentación nos pone a prueba. No hay personaje en la Biblia que no haya sido zarandeado por las tentaciones. Supremo modelo es Jesús.
2. Tentador por antonomasia es el Diablo o, dicho en un lenguaje más actual, lo diabólico. Dios no tienta a nadie, no es el enemigo; es el «galardonador». Ayuda y salva en la tentación. Así lo dijo Jesús: «No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal». El reino de Dios llega con el combate frente a lo demoníaco y con la presencia de la vida del Resucitado y de la resurrección.
3. Jesús fue tentado o probado por el diablo, por lo satánico, durante toda su vida. Sus enemigos lo pusieron a prueba, intentaron comprometerlo mediante preguntas capciosas, halagos indebidos, discusiones de escuela, falsas esperanzas mesiánicas, mentiras y amenazas de muerte. Para mostrar que Jesús fue tentado incluyeron los sinópticos el relato fantástico de las tentaciones. El tentador en persona y Jesús están frente a frente, sin intermediarios. Jesús sufre las tentaciones de usar mal el poder, de actuar mesiánicamente por su cuenta y de ambicionar los reinos de este mundo. Triunfó en la tentación.
4. Los cristianos somos tentados de modo semejante a Jesús. Asimismo, la Iglesia es tentada de «milagrerismo» o de magia, sin poner el centro de todo en la justicia; de «espiritualismo» desencarnado, sin atender a los cuerpos maltrechos de personas y pueblos; de «ambición política», usando la religión como poder, en provecho de lo institucional propio, o integrándose en los sistemas de este mundo. En una palabra, caemos en la tentación cuando nos idolatramos a nosotros mismos y no damos a Dios lo que es de Dios: su reino y su pueblo.
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